Desde mediados del siglo XVIII, la población europea inició un proceso de crecimiento que se conoce como revolución demográfica.
La población pasó de 140 millones de habitantes en 1750, y a 266 en 1850. Este ritmo de crecimiento fue mayor y más rápido en Gran Bretaña, cuya población se duplicó a lo largo del siglo XVIII (de 5 a 10 millones).
Las causas fueron el aumento de la producción de alimentos y el progreso de la higiene y la medicina. Una buena alimentación hizo a la población más resistente a las enfermedades, y de este modo las grandes pestes y epidemias fueron desapareciendo.
Como consecuencia se produjo una disminución de la mortalidad y un mantenimiento, o ligero incremento, de la natalidad. La reducción de la mortalidad hizo también posible un crecimiento de la esperanza de vida, que pasó de 38 años, a finales del siglo XVIII, a alcanzar los 50 a finales del XIX.
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